No tengo vocación de Espíritu Santo
Hago mis necesidades en el huerto de los olivos
Pero comprendo, perfectamente, el sitio eriazo donde existo
Sé que la corona de espinas es un artículo de primera necesidad.
Proclamo,
En este podio de la marginalidad absoluta,
El perdón es un acto revolucionario
Y a mayor abultamiento digo,
Me plazco, soy el poeta de los victimarios.
No voy a claudicar ante la embestida siniestra
De la pasarela cultural progresista.
Aclaro,
Soy un proscrito que mantiene en alto la moral,
No juzgo a la patria,
No le reprocho el rigor inmaculado,
No la fustigo por sus conductas despiadadas,
No la hostigo por sus toques de queda,
No le despotrico la desgracia de los oprimidos.
Enfatizo,
En mi condición de sedicioso:
Sí prendí velas a los torturadores,
Me enfurecí en la academia de guerra,
Perdí la sensibilidad social,
Me comprometí con la sedicia atroz,
Me ensañe con el subversivo.
Soy uno que escribe febrilmente en las líneas de avanzada
Estoy de punto fijo en la poesía chilena
A ese que comulgaba con las ideas de Luís Emilio Recabarren,
Le hice añicos la cabeza, el tronco y las extremidades.
Para que recordar a mi madre proletaria,
Tratando de sortear las barreras de contención de Agustinas con Teatinos;
Ordené que le destaparan los sesos con una ráfaga de metralleta en mano.
Que pañoleta amaranto, que tenida de combate, que derramamiento de sangre,
Que brazalete de conscripto inmaculado,
Por qué ileso en la represión encarnizada a los obreros del gran Santiago.
¡Salud, camarada de armas!
Bruno Vidal, poeta chileno
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