Que tal si yo fijando la mirada en tus estrellas ya fugaces
Le gritara a tu explanada el fervor de mi expresión.
Y buscando la ocasión de encender tu llamarada
Te cantase una balada de contenidos solaces.
Que tal si nuestros labios se juntaran en la punta de tus dedos
Atrapados por los míos en el lecho de mi raíz.
Y perdido yo en tus ojos te mirase hasta los huesos
Resbalando ya los besos de dos almas en denuedo.
Que tal si de mis ojos se escapara un lujo de primavera
Una mezcla de agua y sal, y de sol incandescente.
Y atrapado en un presente, como queriendo escapar
Echo yo mi alma a llorar con ríos de agua sincera.
Que tal si mi piel toda, con la tuya armonizada
Hecha una y hecha muchas, buscando color y textura.
Y derrochando ternura se emanara tal calor
Que hasta los hijos del sol busquen sombra refrescada.
Que tal si al final de un largo viaje, tus hespérides profundas
Se confundan en la funda de una noche sin estrellas.
Y buscando una centella de un latir frágil y tierno
Hallen mi alma hecha invierno resonando en barahúndas.
Que tal si con un paso de montaña de tu círculo me largo
Acogiendo yo el encargo de dejar tus territorios.
Y encontrando un repertorio que no diga tus palabras
Yo me verse entre mi sombra evocando mis descargos.
Que tal si al fragor de una jornada en tus noches tu me encuentres
Entre luces, entre ciernes entonando una canción.
Y temblando de emoción por mi nombre tú me llames
Y sonriendo yo te exclame. ¡De por siempre tu me tienes!
Esenio
Hace ya un tiempo me he dejado abandonar a versos inconclusos, a rimas mal sonantes y a un mundo que no se si me aceptará. He querido crear este espacio para compartir parte de mis creaciones, que aunque no sean de la calidad mas apreciada, son mias y por eso las amo. Engendros de mi mente, simiente de mi alma Esenia. Y están aqui para quienes quieran tomar de ellos la musica antisonante de mi poesía. Esenio Paredes
viernes, 28 de septiembre de 2012
LA DESPEDIDA
¿Y qué será, Nathalie, de nosotros. Tú en mi
memoria, yo en la tuya como esos pobres
amantes que mientras se buscaban
de una ciudad a otra, llegaron a morir
—complacencias del narrador omnividente, tristezas
de su ingenio— justo en la misma pieza
de un hotel miserable
pero en distintas épocas del año?
Absurdo todo pensamiento, toda memoria
prematura
y particularmente dudosa
cualquier lamentación en nuestro caso;
es por una deformación profesional que me permito
este falso aullido
ávido y cauteloso a un mismo tiempo. «Todo es
triste —me escribes— y confuso,
y yo quisiera olvidarlo todo». Pero te das incluso,
entre paréntesis
el lujo de cobrarme una pequeña deuda y la palabra
adiós se diría que suena
de un modo estrictamente razonable.
El amor no perdona a los que juegan con él. No
tenemos perdón del amor, Nathalie
a pesar de tu tono razonable
y este último zumbido de la ironía, atrapada en
sí misma,
como una cigarra por los niños.
El viento nos devuelve, a ti en Bonnieux
a mí en un París que a cada instante rompe, contra
toda expectativa,
sus vagas relaciones lluviosas con el sol,
el peso exacto de nuestras palabras de las que
hicimos un mal gasto al cambiarlas por
moneda liviana, pequeñísima,
y este negocio de vivir al día no era más que,
a lo lejos, una bonita fachada
con angustiados gitanos en la trastienda.
El viento al que jugamos Nathalie, mientras
soplaba del lado de lo real, en la Camargue,
nos devuelve
—extramuros de la memoria, allí donde el mar brilla
por su ausencia
y no hay modo de estar realmente desnudo—
palmerales roídos por la arena, el sibilino rumor
de una desolación con ecos
de voces agrias que se confunden con las nuestras.
Es la canción de los gitanos, forzados
a un nuevo exilio por los caminos de Provenza
bajo ese sol del viento que se ríe a mandíbula
batiente del verano y sus pequeños negocios.
Son historias, también tristemente confusas. La
diferencia está en que nosotros bajamos
desde el primer momento el diapasón de la nuestra;
sí, gente civilizada. . . guardando, claro está,
las debidas distancias
—mi desventaja, Nathalie— entre tu tribu y la mía.
Pero Lulú es testigo del Tarot; Lulú que parece
haber nacido bajo todos los signos
del zodíaco,
antes hada madrina que rigurosa vidente,
ella lo sabe todo a ciencia incierta, tu amiga.
Nada con los romanos y sus res gestae; el porvenir
se lee bajo la inspiración
de los aerolitos, en la mano misma;
entre griegos no hay líneas decisivas; una muerte que
dice, únicamente ella,
la última palabra de lo que un hombre fue; y el
temblor en las manos, Nathalie,
el brillo o la humedad en los ojos, el deseo.
Enrique Lihn
memoria, yo en la tuya como esos pobres
amantes que mientras se buscaban
de una ciudad a otra, llegaron a morir
—complacencias del narrador omnividente, tristezas
de su ingenio— justo en la misma pieza
de un hotel miserable
pero en distintas épocas del año?
Absurdo todo pensamiento, toda memoria
prematura
y particularmente dudosa
cualquier lamentación en nuestro caso;
es por una deformación profesional que me permito
este falso aullido
ávido y cauteloso a un mismo tiempo. «Todo es
triste —me escribes— y confuso,
y yo quisiera olvidarlo todo». Pero te das incluso,
entre paréntesis
el lujo de cobrarme una pequeña deuda y la palabra
adiós se diría que suena
de un modo estrictamente razonable.
El amor no perdona a los que juegan con él. No
tenemos perdón del amor, Nathalie
a pesar de tu tono razonable
y este último zumbido de la ironía, atrapada en
sí misma,
como una cigarra por los niños.
El viento nos devuelve, a ti en Bonnieux
a mí en un París que a cada instante rompe, contra
toda expectativa,
sus vagas relaciones lluviosas con el sol,
el peso exacto de nuestras palabras de las que
hicimos un mal gasto al cambiarlas por
moneda liviana, pequeñísima,
y este negocio de vivir al día no era más que,
a lo lejos, una bonita fachada
con angustiados gitanos en la trastienda.
El viento al que jugamos Nathalie, mientras
soplaba del lado de lo real, en la Camargue,
nos devuelve
—extramuros de la memoria, allí donde el mar brilla
por su ausencia
y no hay modo de estar realmente desnudo—
palmerales roídos por la arena, el sibilino rumor
de una desolación con ecos
de voces agrias que se confunden con las nuestras.
Es la canción de los gitanos, forzados
a un nuevo exilio por los caminos de Provenza
bajo ese sol del viento que se ríe a mandíbula
batiente del verano y sus pequeños negocios.
Son historias, también tristemente confusas. La
diferencia está en que nosotros bajamos
desde el primer momento el diapasón de la nuestra;
sí, gente civilizada. . . guardando, claro está,
las debidas distancias
—mi desventaja, Nathalie— entre tu tribu y la mía.
Pero Lulú es testigo del Tarot; Lulú que parece
haber nacido bajo todos los signos
del zodíaco,
antes hada madrina que rigurosa vidente,
ella lo sabe todo a ciencia incierta, tu amiga.
Nada con los romanos y sus res gestae; el porvenir
se lee bajo la inspiración
de los aerolitos, en la mano misma;
entre griegos no hay líneas decisivas; una muerte que
dice, únicamente ella,
la última palabra de lo que un hombre fue; y el
temblor en las manos, Nathalie,
el brillo o la humedad en los ojos, el deseo.
Enrique Lihn
martes, 21 de agosto de 2012
Eugenia Huici. Una chilena influyente.
Eugenia Huici Arguedas de Errázuriz (1860-1951). Portrait by John Singer Sargent.
“Una casa que no cambia es una casa muerta. Hay que cambiar los muebles, o cuando menos alterar continuamente su colocación. Esta perpetua renovación es la belleza y la fuerza de la moda. En una casa donde nada se mueve, la vista, acostumbrada durante mucho tiempo a la misma escena, acaba por no ver nada”.
jueves, 7 de junio de 2012
El Mendigo
Del pavor te vuelves presa
En la puerta del dolor
Con tus manos temblorosas
Desafias al temor
Un cuscurro de ternura
Va medrando tu destino
Vas lloviendo la amargura
Rojas gotas como el vino
Es el torvo de tus días
Que craquela tu corteza
Es el frio de la noche
Que despierta tu belleza
Del ajuar putrefaciente
Que la vida te ha dejado
Y el resuello ya distante
De un amor que te ha olvidado.
Ven amigo hasta mi mesa
Compartamos el mendrugo
Que hoy me llega la certeza
Que también yo fui un mendigo
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